Para comenzar esta tercera clase del curso «Arte y cultura en circulación», es fundamental que pensemos en Internet como una red libre, abierta y distribuida. Estas características de Internet hacen que la red sea mucho más que simplemente una forma de difundir contenidos a nivel global. Una red global de distribución es lo que piensa de Internet la industria cultural clásica, que tan sólo ahora, desde hace poco tiempo, comprende las posibilidades interactivas de la red, pero la sigue viendo como una forma más de entregar contenidos a un público. En esta clase veremos cómo Internet y las licencias libres y/o abiertas están estrechamente vinculadas a un nuevo modelo de producción cultural.
Una cultura conectada: de cómo una red libre, abierta y distribuida beneficia a la cultura
Internet es una red abierta que posibilita que nuevos nodos se unan a ella, sin control ni censura previa por parte de otros nodos. Internet es una red distribuida que permite la circulación de información «end to end» (de extremo a extremo), habilitando el intercambio y la colaboración entre pares. Quienes quieran entender mejor cómo funciona, o intentar explicarlo a otros, sobre todo a miembros de entidades de gestión de derechos de autor y a legisladores, puede consultar el breve y contundente texto ¿Qué es Internet y cómo dejar de confundirla con otra cosa? de Doc Searls y David Weinberger, escrito por allá, a principios de la década pasada.
Lo que hemos dicho hasta aquí de Internet implica que, si mi vecino tiene una banda de rock y decide poner una canción en la red, yo puedo acceder a ella lo mismo que su colega rockero en Alemania y posteriormente esa canción puede ser incluso remezclada a ritmo de rap por un adolescente en Venezuela, alcanzando en el camino unos cuantos cientos de reproducciones públicas y privadas, en celulares, iPods, computadoras, fiestas y conciertos. Y esto puede hacerse sin que ningún intermediario de la industria cultural o entidad de gestión de derechos tenga que intervenir para hacerlo posible. Lo cual no significa el fin de la intermediación ni de la industria, y tampoco significa que Internet está libre de fricciones, controles y conflictos. Pero todo el proceso de creación, producción, distribución y consumo se ha visto definitivamente transformado de tal manera que, mientras los poderes corporativos chillan frente a la hecatombe cultural, la gente ya hace tiempo que viene percibiendo los beneficios de una producción cultural expandida.
Es que la cultura ya no se produce en forma de cadena, no es suficiente un enfoque de «cadenas productivas» que es el típico enfoque de la industria cultural. Ahora se produce en red, de manera que todas esas etapas de producción que antes realizaba cada eslabón desde una posición fija, ahora las realizan distintos nodos de una red dinámica donde los roles son variables e intercambiables. Si en un momento soy consumidor, puedo pasar a ser creador en otro momento, y al instante siguiente participo de la red de distribución.
En este modelo no está en crisis la actividad de los artistas, lo que está en crisis es la propiedad intelectual y su vinculación con cierta forma de concebir la autoría. No está en crisis la producción de obras culturales sino el cobro por la copia de estas obras y el control exclusivo de dichas copias por parte de unos pocos actores. Por último, no está en crisis la «calidad» en detrimento de la abundancia de contenidos, lo que está en crisis es pretender que se alcanza la calidad a través de la selección previa de lo que vale la pena editar y distribuir.
En la era digital la cultura ya no es sinónimo de industria cultural, si es que alguna vez lo fue (quizás solamente por el lapso de unos 25 años, como explica Mick Jagger acerca del negocio de vender discos). Y no es que vaya a morir la industria cultural. Si alguna industria cultural vamos a tener, es una que sea parecida a Internet: una red libre, abierta y distribuida.
¿Cómo pueden ayudar a los artistas las licencias libres?
Internet es también la máquina de copiar más grande del mundo. Todos podemos producir copias utilizándola. Cada vez que abrimos el navegador web, que ingresamos a un sitio, que compartimos el link en Twitter, por ejemplo, estamos copiando y distribuyendo por nuestra cuenta y sin previa autorización del autor del contenido. Esto que nos parece tan natural de hacer, es completamente ilegal e impensable en el mundo analógico y en la industria cultural tradicional. Es el equivalente a tomar un libro de una biblioteca, hacer una fotocopia y luego prestarla a un amigo que también le sacará una copia a su vez. Solamente que ya no se puede distinguir la copia del original.
Por lo tanto, para los usuarios de Internet (vale decir, para todo el mundo), vivir en el mundo del copyright es imposible, pues en ese mundo estamos infringiendo la ley constantemente y masivamente. Para los artistas, para los creadores en general, vivir en el mundo del copyright también es imposible, pues para continuar explotando las obras en este modelo se requiere tal capacidad de seguimiento y control, que las cantidades de tiempo y dinero que habría que invertir son inalcanzables. Ya no vivimos en un mundo basado en el control de las copias, un mundo en el que, por ejemplo, para mantener rentable el negocio editorial es necesario destruir sotcks enteros de libros. Vivir en la economía de la escasez es caro, además de injusto.
Así que, mientras que la industria basada en el monopolio del derecho a copia sigue intentando endurecer las leyes de copyright y extender su vigencia, ya que es de allí de donde pretender obtener y explotar el valor de la cultura, los artistas y productores de cultura deberíamos ir moviéndonos hacia otro modelo.
Un modelo en el cual el derecho a copia:
– no es un monopolio de unos pocos sino una capacidad que todos podemos ejercer: la libertad para compartir;
– habilita formas de producción colaborativa y de innovación social en las que todos podemos contribuir: la reutilización, la remezcla, la memética;
– define un espacio económico-social del cual todos podemos extraer valor: el procomún.
En este modelo, con estas tres premisas, el licenciamiento abierto y/o libre se vuelve imprescindible. Y no sólo eso, puede ayudar a los artistas de muchas maneras:
– Distribución independiente y a costo cero. Con una licencia que asegure la libertad para compartir, vamos a ser más linkeados, más replicados, más compartidos. No vamos a tener que negociar con los monopolios de la distribución para asegurarnos estar en librerías, disquerías, kioscos, etc. La máquina de copiar es gratis y la hacemos funcionar entre todos. Las licencias libres nos ayudan a ponerla en movimiento.
– Difusión: si autorizamos a la gente a copiar y distribuir lo que hemos creado es más fácil que nos conozcan, pues podemos aprovechar la comunicación en red, distribuida, que permite Internet, de manera que el tan necesario «boca a boca» se potencia y acelera. Cuando se requieren permisos explícitos para reproducir una obra, estamos desacelerando este proceso y quedando varios pasos atrás. Para asegurarnos de que esta difusión en red nos ayuda, hagamos que sea simple que otros nos reconozcan y nos linkeen. Pidamos que nos mencionen, que se acerquen a nuestra web, que nos sigan, de forma tal que todo el proceso se retroalimenta.
– Crecimiento y proyección: si permitimos además las obras derivadas y el remix, facilitamos que nuestra obra se expanda y se comparta con mucha más profundidad, porque no solamente aparecerá tal cual la hemos creado, sino también en combinación con otras obras. Nuestra música será parte de películas, nuestras imágenes estarán en affiches y en sitios web, junto con nuestro nombre. Si pueden derivarse tantas cosas de nuestra obra original, esto será la mejor propaganda para ser convocados a participar en equipos y proyectos artísticos en los que podríamos ser remunerados por nuestro trabajo.
– Acceso a todo lo que otros comparten: nadie escucha más música que los músicos; nadie lee más que los escritores. Todos los que crean se inspiran en lo anterior o directamente reutilizan materiales anteriormente creados. En un marco de cultura libre y licenciamientos libres y/o abiertos, producir cultura es más fácil y económico. No es que solamente los otros toman gratis lo que yo hago; también yo puedo hacerlo, de manera que todos contamos con un acervo público de conocimiento y cultura reutilizable.
Estas son tan sólo cuatro maneras muy generales en que los artistas se puede beneficiar del licenciamiento libre y abierto. ¿Qué otras formas conocen o se les ocurren? Podrían escribir sobre esto en sus blogs.
Ejemplos de emprendimientos culturales basados en licencias libres
Son infinitos los casos en que distintos proyectos culturales utilizaron licencias libres y/o abiertas generando los mismos o aún mayores oportunidades y beneficios. Es importante aclarar que no estamos hablando simplemente de emprendimientos basados en la gratuidad de los contenidos y el libre acceso (que bien pueden estar igualmente bajo copyright). Como se explicó en la clase anterior, libre y gratis no es lo mismo, y es la libertad la que en este caso más nos interesa.
Lo mejor sería dar un ejemplo sobre modelos de negocio basados en lo gratis y no en lo libre: YouTube es la mayor plataforma de video en línea y tal vez estamos acostumbrados a considerar que subir y reproducir videos en YouTube es una actividad «libre» porque es «gratis». Esto no es necesariamente así: YouTube establece convenios con diversos productores y entidades gestoras de derecho de autor en el mundo para que los videos puedan ser mostrados en esta plataforma, y también para que sean controlados a partir de la denuncia de titulares de derechos de autor. Es decir, YouTube se beneficia de la gran cantidad de usuarios que comparten y ven videos en esta plataforma, pero no necesariamente en función de licencias libres y abiertas, sino simplemente del otorgamiento de permisos. Sólo muy recientemente, YouTube incorpora una herramienta para clasificar los videos que subimos bajo una licencia Creative Commons, lo que permite además remixarlos en el editor de videos de la plataforma y volver a compartir el resultado.
Por este tipo de cosas es que me preocupa cuando alguien habla de que hay que tener cuidado con las licencias libres, porque podemos estar generando negocio para las grandes corporaciones. El negocio de las corporaciones como Google y Facebook es el acceso gratuito y la compartición de información por parte de los usuarios, que bien puede estar basado en el copyright más estricto (lo que puede conducir a que se espíe, controle y censure lo que hacen los usuarios en estas plataformas). Las licencias libres, en cambio, no definen de antemano un «modelo de negocios» ni se ocupan de cómo alguien puede explotar las obras. Sin embargo, sea quien sea que explote una obra con licencia libre, esa persona u organización no puede exigir que se cerque el acceso y uso de la obra a otras personas y organizaciones. Y eso, creo yo, contribuye a un mundo más justo. No garantiza ni medios de vida ni acceso universal a la cultura, temas de los que tenemos que ocuparnos, pero de otra manera y con otras herramientas. Sobre la diferencia entre cultura libre y modelos de negocios basados en el liberalismo económico, recomiendo este interesante artículo de Jaron Rowan.
Aclarado este punto, y dado que el ejercicio de esta clase consiste en buscar y analizar ejemplos de emprendimientos culturales basados en licencias libres, los invito a leer tres materiales para que se inspiren:
«Modelos de negocio: Cómo ganar dinero en un mundo perfectamente copiable» (I y II), de Javier Candeira.
El poder de lo abierto, compilación de experiencias en el uso de licencias Creative Commons.
“Manual de uso para la creatividad sostenible en la era digital” del colectivo FCF Forum
Financiamiento colectivo o crowdfunding
Entre todos estos posibles «modelos de negocio» o simplemente de sustentabilidad de la cultura, desde hace poco se destaca una nueva modalidad que aprovecha directamente las ventajas de Internet: el crowdfunding, o financiamiento de masas. La idea es sencilla: con pequeñas aportaciones de muchas personas se puede costear un proyecto a través de la confianza, por anticipado, de los fans o aficionados.
La forma de dar soporte al proyecto deja de ser la compra de unidades de un producto cultural ya hecho sino el apoyo previo de las personas interesadas en que un determinado proyecto concreto exista. Lo de «concreto» es muy importante, porque lo que se apoya a través del crowdfunding es una meta tangible y alcanzable, no solamente una buena idea. En torno a esta meta se puede tejer un acuerdo entre creadores y co-productores, conforme el cual, si se reúnen los fondos necesarios, el proyecto se realiza y cada quien recibe una recompensa de acuerdo a su aportación (también hay variantes que no implican que se deba reunir todo el dinero, otras en las que hay retornos colectivos y otras en que se puede renunciar a la recompensa y hacer aportes anónimos).
Para gestionar este sistema de financiamiento surgieron plataformas online como Kickstarter en Estados Unidos, en España Verkami, Lánzanos y otras, y en Latinoamérica Ideame. Vale la pena también conocer el proyecto Goteo, del colectivo Platoniq, una plataforma con una filosofía de apoyo a proyectos de código abierto. También, por supuesto, se puede organizar la financiación colectiva de forma independiente. Pero tanto si se hace independientemente como en una de estas plataformas, recae en los solicitantes la promoción del proyecto, que de otra forma no tendría muchas chances de ser financiado. Para incursionar en el mundo del crowdfunding, recomiendo esta completa guía para artistas, instituciones culturales y ONG.
El crowdfunding es especialmente interesante para proyectos no “masivos”, precisamente por dirigirse a comunidades más pequeñas, apelando a intereses muy concretos de los que quizá exista menos oferta cultural. Tal vez se necesiten algunas docenas de personas para financiar un proyecto, y en realidad no es tanto. Hay que llegar a unos cuantos cientos o miles con el mensaje, pero tampoco es tanto si se aprovechan los medios sociales en Internet, como explica el artista plástico Franck de las Mercedes en este video.
El acceso abierto y el crowdfunding se llevan muy bien y son dos herramientas excelentes para proyectos de divulgación pública. Algunos de estos proyectos tienen licencias abiertas y permiten que mucha gente los disfrute libre y gratuitamente con el aporte económico de unos pocos. Algo que tal vez hasta hace poco nos podría parecer inviable (y para algunos hasta “injusto”) hoy es un nuevo código basado en la idea de compartir.
Blogejercicio
Les pedimos que, como parte del curso, reflexionen en sus blogs sobre cómo un nuevo modelo, que podríamos llamar, en palabras de Pablo Ortellado «economía social de la cultura», puede beneficiar a artistas y productores culturales. Pueden elegir algunos de los casos que que se presentan en el material de esta clase, o seleccionar otros, o incluso ejemplificar con sus propias vivencias y experiencias.
Espero también sus comentarios y consultas, tanto al pie de este post como en Twitter con el hashtag #cursolibrebus.
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