Para decirlo de una vez: el sistema actual de derechos de autor (y de propiedad intelectual en general, pero ese es otro tema) es nefasto. No solo dificulta, con barreras artificiales, el acceso de las personas a los bienes culturales, sino que, peligrosamente, criminaliza a la sociedad en su conjunto, dejando una puerta legal abierta para que las instituciones de control ejerzan su poder cuando les parezca y contra quienes les parezca.
Contrariamente al discurso que instauraron y que defienden las sociedades de gestión de «derechos de autor» y las grandes empresas que se benefician del copyright, este no solo no beneficia a la inmensa mayoría de los autores, sino que los perjudica claramente. Como dice Javier Calvo en este artículo, es hora de que los creadores empecemos a hacernos cargo de construir nuevos modelos para vivir de la cultura.
En palabras de Courtney Love, «los artistas han estado cediendo su música gratis bajo el viejo sistema, entonces la nueva tecnología que expone nuestra música a una audiencia más grande sólo puede ser algo bueno». Dicho de otra manera, nada puede ser peor que el modelo actual para los autores. En el caso de los escritores, por poner un ejemplo, trabajan gratis, o incluso les pagan a las editoriales por ser publicados. En el mejor de los casos, un escritor uruguayo reconocido firma un contrato con Alfaguara y gana 1000 dólares por novela. El autor es, en todos los casos, la parte menos beneficiada del negocio cultural.
Por eso, es esencial que los autores movilicemos nuestras fuerzas en dos direcciones:
Por un lado, la emancipación con respecto a las empresas que monopolizan la industria cultural. Para esto, es necesario desarrollar conocimiento y herramientas para un nuevo modelo de sustentabilidad basado en la autogestión / autoedición, los eventos y performances en vivo, las conferencias, seminarios, eventos online, etc. Aquí es donde tenemos que juntarnos y sumar ideas.
Por otro lado, la práctica del licenciamiento copyleft. Los autores debemos entender que el libre acceso a los bienes culturales por parte de los ciudadanos, su difusión más allá de fronteras sociales, económicas y geográficas y la posibilidad de que cualquier persona pueda contribuir al desarrollo de la sociedad a partir de las aportaciones de otros individuos, no solo beneficia a la sociedad como conjunto sino también a nosotros mismos. Nos da independencia con respecto a las empresas distribuidoras y favorece las formas adyacentes, ya mencionadas, de generar recursos sin ser explotados.
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