Hace algunas semanas se dio la noticia de que finalmente (después de un largo proceso) el gobierno de Dilma Rousseff dio luz verde a una nueva política cultural en Brasil: Vale Cultura, que a partir de julio de 2013 comenzaría a funcionar. Hay muchos sitios donde se puede leer detalladamente sobre esta novedad (ya no tan novedosa al momento de escribir este post), pero lo que nos interesa es repasar los ecos a favor y en contra de esta propuesta, haciendo nuestro propio análisis crítico. Creemos que es muy importante seguir de cerca los avances de la política cultural brasileña, que ha dado ejemplos a la región y al mundo sobre cómo se puede apoyar la cultura al tiempo que se consideran los derechos de los ciudadanos a acceder y a compartir.
Vale Cultura consiste en un subsidio al consumo cultural que beneficia a los trabajadores brasileños que se encuentran por debajo de cierto nivel de salario. Para no repetir lo que se puede leer en el post y los comentarios del propio Ministerio de Cultura de Brasil, solamente haremos un pequeño resumen en cifras de lo que significa:
– 17 millones de trabajadores brasileños serán los beneficiarios
– 50 reales (unos USD 25) es la cantidad que recibirá cada uno a través de sus salarios (se supone que mediante una tarjeta magnética o un sistema de tickets), aportados por el gobierno federal, el empleador y el trabajador mismo.
– 7000 millones de reales (USD 3500 millones aproximadamente) se vuelcan de esta manera exclusivamente al consumo de productos y servicios culturales como entradas a espectáculos, cine, música, publicaciones y museos, entre otros aun por definir.
Nos gustaría comentar algunos aspectos destacables de esta nueva política, cuyo funcionamiento aun se está terminando de definir, pero que desde nuestro parecer son puntos muy interesantes:
– Se trata de una política pública que prioriza a la población y sus necesidades de acceso a la cultura, antes que a la producción de determinados bienes culturales que se consideran «importantes» o de «alta cultura», o que al crecimiento de la industria cultural (aunque también lo fomenta indirectamente). Es cierto que en Brasil hay mucha población con otras necesidades, podríamos decir, más «urgentes». Sin embargo, desde el inicio de la gestión del PT en 2003, se desplegaron diversas políticas de apoyo a la producción y el consumo popular en áreas prioritarias, como la alimentación.
– El destino de los 7000 millones de reales lo definen las personas que consumen cultura y no un sistema de concursos y subsidios, que por más riguroso que pudiera ser, ciertamente deja afuera el juicio de las grandes mayorías. Brasil ya tiene políticas de incentivo a la producción cultural, como su importante programa de mecenazgo vigente desde 2001 (aunque criticado y en proceso de revisión) o como los puntos de cultura forjados en la gestión de Gilberto Gil. Por lo tanto, las políticas de apoyo al consumo son políticas para favorecer el acceso y no vienen a sustituir, sino a complementar, las políticas de incentivo cultural. Según Pablo Ortellado: «El Estado precisa apoyar al arte no comercial, por medio de subsidios, así como debe apoyar a aquellos cuya renta prácticamente no les permite el disfrute cultural» (traducción tomada de este post del Partido Pirata Argentino). Además, no es irremediable que casi todos los recursos de Vale Cultura terminen en las grandes industrias culturales de las capitales. La ministra de Cultura, Marta Suplicy, hace un llamado a la acción a los prefectos (autoridades municipales) para que incentiven el uso de este beneficio y lo respalden con el apoyo a las agendas culturales locales: “Por meio do Vale, é possível injetar mais dinheiro no município, incentivar a produção local e ainda aumentar a oferta de lazer nas cidades”.
– No se establecerán, al parecer, censuras previas sobre los contenidos culturales a los que se podrá acceder. Los brasileños serán libres de elegir qué consumir, aunque se pueda cuestionar luego si ese consumo es más o menos apropiado por diversas razones (por ejemplo, si se dedica a sensacionalismo, pornografía, cine extranjero, producciones comerciales de escaso «valor cultural», etc.). Pero es tremendamente importante no imponer una censura previa, como dice la propia ministra.
Cabe preguntarse, para finalizar, si la implementación de Vale Cultura podría llegar a influir en una nueva forma de concebir los derechos de autor. Suplicy promete una solución “innovadora y sorprendente” en este campo y dice que quiere “hacer una revolución con internet” (después de que su antecesora, Anna de Hollanda, se alejara de la orientación abierta e innovadora, iniciada por los ministros Gilberto Gil y Juca Ferreira, período en el cual se promovieron el Marco Civil de Internet, la Reforma de la Ley de Derechos de Autor y el programa Cultura Viva). De hecho, hay expectativas puestas en ello entre los activistas por una cultura libre. Si el problema de la cultura y los derechos de autor es un problema de financiamiento, claramente la nueva política apunta a fortalecer la entrada de recursos al sector cultural. Con 3500 millones de dólares disponibles para que el público acuda a cines, teatros y conciertos, ¿puede el sector cultural que opera en Brasil quejarse de que pierde recursos por culpa de Internet?
Sin dudas las relaciones entre cultura e Internet son más complejas, no se agotan en el tema del financiamiento. Tampoco estamos diciendo que Vale Cultura solucione este asunto (no es una política diseñada para esto), pero cabe pensar que si la ciudadanía (a través de las exoneraciones de impuestos que sostienen este proyecto) transfiere esta enorme cantidad de dinero al sector cultural, ahora más que antes el hecho de compartir los bienes producidos debería admitirse como legítimo.
Por lo tanto, un paso más sería reconocer no sólo el derecho al acceso, sino también el derecho a compartir, aprovechando todas las ventajas que brinda una cultura más libre, o al menos más permisiva, con respecto a las prácticas culturales de los ciudadanos en la red.
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