En las últimas semanas de 2016 uno de los temas más comentados a lo largo y ancho de la web fue el de las fake news o noticias falsas y su gran difusión, atribuida al impulso vertiginoso de las redes sociales. Toda la gigantesca atención que ha recibido el tema se disparó por el sorprendente resultado de las elecciones estadounidenses, que dieron como ganador a Donald Trump. Sin embargo, el tema de los fakes en internet no es nada nuevo. La cuestión de la fiabilidad de la información online, sus fuentes de origen, la velocidad con la que se consumen y difunden los contenidos en las redes, las alteraciones que sufren esos contenidos en el camino, sus múltiples reinterpretaciones y mutaciones, etc., son temas de interés desde hace años en el estudio de la cultura digital y en las técnicas de comunicación online.
En este post les proponemos un análisis crítico de estos fenómenos, para tratar de entender cómo operan y cómo afectan el desarrollo y consumo de contenidos. Cuestiones que también vamos a profundizar en el Laboratorio de Contenidos Culturales. Creemos que vale la pena adentrarse en este problema, para no reproducir una visión naif acerca de la publicación en internet y sus efectos democratizadores, pero también, aunque suene contradictorio, para reivindicar esa democratización.
Titulares y viralidad: de la prensa “seria” al clickbait
El actual foco en el fenómeno de las falsas noticias en internet proviene de los medios de comunicación globalmente influyentes, como el New York Times, El País, The Guardian, etc. Estos grandes medios, cuyo origen es la prensa tradicional, hace tiempo que se trasladaron a la web y que trabajan activamente para extender su poderosa influencia comunicacional del entorno offline al entorno online. Es necesario tomar distancia crítica respecto de la preocupación de estos grandes medios por la seriedad, autoridad y veracidad de las fuentes de contenido que circulan en redes sociales. Estos medios tradicionalmente dominantes no son ajenos a la creación y reproducción de fakes, como lo explica Glenn Greenwald en este interesante análisis. Tampoco parecen estar innegablemente comprometidos con una web en la que diversos puntos de vista y argumentos dialoguen civilizadamente, a partir de fuentes de información fiables y de la contrastación de datos, que nos permitirían a los usuarios llegar a nuestras propias conclusiones informadas. Por el contrario, la sinergia entre titulares sensacionalistas y viralidad en las redes, es una pieza fundamental de la estrategia online de las grandes corporaciones de la prensa.
Esto no quiere decir que los grandes medios sean un poder maligno basado en el engaño masivo. Justamente, adoptar una visión «conspiranoica» del asunto, en busca de la «verdad» que los medios masivos ocultarían, nos puede arrojar en brazos de su contracara: los sitios especializados en elaborar contenidos basura de consumo rápido, cosechar clics y cultivar agresivamente el modelo de negocios de ingresos por publicidad. Este modelo de negocios, que tampoco es nuevo, se desarrolla con mucha fuerza en el ecosistema digital actual. Se trata de nuevos medios online (o más bien redes de medios), creados teniendo en mente que su contenido se propagará velozmente en las redes sociales, como lo explica John Herrman en este artículo.
Los editores de estos medios saben que en las redes no funciona tanto la confianza basada en una marca que respalda y confiere autoridad al contenido. Tienen una conciencia muy clara de que la gente deposita más confianza en los contenidos que refuerzan sus propias creencias y en lo que comparten sus contactos, que a lo que es avalado por un medio de prensa. Por eso es que desarrollan técnicas de comunicación especialmente diseñadas para hacer el contenido sumamente apetecible, cliqueable y compartible. A este tipo de contenidos se le llama peyorativamente clickbait (cebo de clics) y podemos reconocerlo en esos titulares que claramente buscan provocar nuestra curiosidad pero sin satisfacerla hasta que hagamos clic en sus enlaces.
Dicho todo esto, el foco de este post no está en tratar de determinar cómo se puede solucionar el «problema» de las falsas noticias y el contenido basura en internet. Lo que nos interesa es qué quieren decir todos estos fenómenos para la comunicación online. Pero no en defensa del ecosistema de medios tradicionales, sino en defensa de una web libre, abierta y distribuida, que es el ecosistema propicio para que otros medios de comunicación sean posibles. Toda esa diversidad de publicaciones que enriquecen a la web y a sus usuarios, que van desde las revistas culturales a los blogs personales, desde las agencias de prensa alternativas al periodismo ciudadano.
Cambios en el ecosistema digital
Para comprender estos fenómenos y entender cómo afectan a creadores de contenidos, tenemos que empezar por entender qué ha cambiado en el ecosistema digital en los últimos años. ¿Qué contenidos le llegan preferentemente a los usuarios, y cómo?
Los resultados de búsqueda en Google y el feed de noticias de plataformas como Facebook, Twitter e Instagram, están ordenados de alguna manera; favorecen a unos contenidos sobre otros, en función de algún criterio. De ahí que, quienes crean contenidos, no sólo trabajan en su elaboración, sino también en su posicionamiento dentro de estas plataformas. Debemos tener en cuenta que el reconocimiento de un contenido como relevante depende de algoritmos que son controlados por las grandes empresas de la web (y que estas empresas no dan a conocer). Algunos de los cambios más importantes en el ecosistema digital están determinados por la forma en que nos afectan esos algoritmos.
En los resultados de búsquedas de Google, por ejemplo, las listas de links se ordenan teniendo en cuenta muchos factores. Están las palabras clave, los enlaces que recibe la web desde otras webs, y otros criterios de posicionamiento ya tradicionales. Pero actualmente parecen cobrar más peso como criterio de relevancia los clics que ha tenido un enlace, los cuales ya sabemos que son una medida de lo llamativo que puede ser un título, pero no necesariamente de la calidad y relevancia del contenido. Además, los resultados son personalizados de acuerdo a información sobre preferencias previas, situación geográfica y otros datos del usuario almacenados por Google. El principio orientador de Google es darte exactly what you want en lugar de un menú de resultados posibles entre los cuales explorar; es resolver la consulta en un solo clic, ahorrándote la tarea de discernimiento posterior a la búsqueda. La idea subyacente es que no queremos buscar, sino apenas recibir una respuesta rápida.
En los feeds de las redes sociales más consultadas, las novedades ya no se organizan cronológicamente, sino según la relevancia que se supone tienen para cada usuario particular, de acuerdo con lo que se estima a partir de algoritmos. Actualmente, el engagement (cuán cliqueado y compartido es un contenido) y nuestros antecedentes personales, son mucho más determinantes que hace algunos años, y en cambio se ha vuelto menos determinante la cantidad de seguidores de nuestro feed de noticias.
Este tipo de prescripción automatizada a partir de algoritmos, tiende a retroalimentar las creencias originales del usuario mediante la selección «personalizada» que hacen los algoritmos para ese individuo. Conceptos como «cámara de eco» y «burbuja de filtro» dan cuenta de estos fenómenos. Google, Facebook, Twiter y demás, cuyo negocio es la publicidad online, tienen que mantener al usuario «enganchado» y no perder su clic, su visita, su actividad dentro de su propia plataforma. Estas plataformas concentran la gran mayoría del tiempo que gasta la gente online y van por más. Por ejemplo, en los últimos años han hecho avances significativos para que la gente lea el contenido de los links externos adentro de su jardín vallado y no salga a la web abierta. Cada vez inciden más las herramientas impuestos para el consumo de contenido en móviles por Google (Accelerated Mobile Pages) y Facebook (Instant Articles), que requieren habilidades técnicas y recursos para poder tener éxito, o al menos para aparecer mínimamente.
Como resultado de estos cambios, ya no leemos tanto a nuestros pares que escriben blogs o desarrollan medios independientes, y a la vez perdemos capacidad de ser los curadores de contenidos de los demás. Como resultado, la web se recentraliza y se des-democratiza. Las redes sociales y motores de búsqueda hegemónicos vuelven a jerarquizar a los grandes medios por encima del ecosistema de intercambios entre pares que caracterizó el inicio de la blogósfera.
Todo esto genera más incentivos en los medios y en las redes para impulsar contenidos de fácil consumo. Muchos analistas han sugerido que esta situación incide en una mayor reproducción y retroalimentación de noticias sensacionalistas e incluso falsas. El escalamiento de este tipo de contenidos es responsabilidad combinada de las plataformas web centralizadas, como de los medios masivos tradicionales, que desde hace tiempo priorizan la redacción en base a la performance de las noticias en clics y engagement. Es notorio cómo los «medios serios» se acercan al estilo de redacción de las fake news.
Consideraciones sobre la libertad de expresión
Sin embargo, tanto la prensa tradicional como las corporaciones que manejan las redes sociales se proponen a sí mismos como los actores capaces de controlar y mantener libre la web de contenidos basura o engañosos. En otras palabras, los mismos creadores y facilitadores de noticias falsas son quienes se promueven como la solución, mediante un control más férreo y vertical de los contenidos que circulan.
Lo inquietante es que ese control puede tener consecuencias indeseadas sobre la libertad de expresión de los usuarios. De hecho, incluso la divulgación de noticias falsas podría considerarse una forma de expresión. La gente a veces comparte los fakes sabiendo que son cuestionables o que son noticias viejas. No intentan persuadir sobre lo que consideran una verdad, sino expresarse sobre lo que piensan, esperan y desean. Muchas veces las noticias «reales» fundadas en evidencias o fuentes confiables, no se comparten tanto porque no tienen el efecto expresivo deseado que facilita al usuario afirmar una identidad o creencia. Deberíamos tener en cuenta que esos usuarios que divulgan contenidos ficticios, tal vez no están intentando hablar objetivamente sobre la realidad, sino que están debatiendo sobre cómo debería ser la realidad.
Hace unos años reseñamos en este mismo blog un interesante libro llamado «Troll culture» de Stefan Krappitz. Algunas de las ideas de esa publicación pueden ser interesantes de retomar en el contexto actual para no demonizar las formas de expresión propias de la Red:
«Algunas de las características de Internet que más han influido en su particular cultura son la rapidez de los intercambios, la velocidad con la que estos pierden actualidad o se borran, y la anonimidad. Estas características, que algunos consideran las culpables de muchos males de la Red, son sin embargo las que permiten un enorme flujo de creatividad.
– La fugacidad de los intercambios es una motivación a crear más contenidos.
– El flujo rápido invita a remixar contenidos creados por otros, sumando un valor agregado a la creación.
– La anonimidad permite crear e interactuar sin temor al ridículo o a valoraciones negativas.
Las imágenes, conceptos, chistes y creaciones circulan incesantemente en un sinfín de flujos y reflujos, de derivaciones y bifurcaciones, y algunos de estos contenidos (los más pegadizos, los que tocan un resorte común de la comunidad) triunfan y se establecen como memes, conceptos que se autoreplican con enorme velocidad y que pasan a ser parte de un imaginario colectivo de Internet.»
En síntesis
No hay que tomar este panorama en el que parecen campear los fakes ni como una conspiración mediática ni como síntoma de la decadencia informativa de las redes. Se trata de procesos que vienen transformando la web y la forma en que se producen y consumen contenidos en ella. Muchas personas caen en alguno de estos dos extremos frente a la información online: o considerar que cualquier contenido es fiable porque «está en internet», o considerar que todo es mentira porque «no se puede creer lo que dicen las redes sociales». En cambio, la forma correcta de enfrentarse a un conocimiento dudoso es explorar el tópico específico, la fuente concreta, sus posibles intereses, el modelo de negocios que hay detrás, etc.
Por ejemplo, podemos saber que un mismo viral viene dando vueltas desde hace años, si buscamos en enciclopedias de memes, en foros sobre hoaxes, en las comunidades de chequeadores, en Wikipedia o en Google agregando la palabra «fake», «meme» o «viral». Esto no se resuelve con ideas abstractas sobre cómo dar por válido el conocimiento en la web, sino con información concreta: cómo y dónde buscar, qué fuentes tienen una historia de fiabilidad en la web y son usadas para despejar dudas, con qué métodos buscar, etc.
Para los creadores de contenidos, es necesario conocer, investigar y divulgar más la cultura digital. Es necesario difundir un conocimiento mayor acerca de los fenómenos virales, los memes, el contenido creado por los usuarios, y en general los fenómenos culturales propios de la red, así como la influencia de las grandes corporaciones que dictan reglas sin que seamos totalmente conscientes de ellas.
Es importante que los contenidos no se empobrezcan y que el debate y la expresión online sean vibrantes y enriquecedores, en lugar de reducirse a una mera guerra de memes. ¿Qué podemos hacer al respecto? Utilizar con moderación algunas técnicas para hacer llamativo y apetecible un titular, pero no frustrar luego al usuario con contenidos vacíos de relevancia e interés. Enriquecer los contenidos con contexto, links, imágenes, humor, datos curiosos e ideas que merezcan ser repetidas y compartidas.
No es fácil tener en cuenta todo esto, se requiere conocimiento, práctica y habilidades de recolección de datos y de redacción multimedia. Es por esto que en Ártica venimos trabajando en una nueva propuesta de formación que tiene forma de laboratorio de contenidos. Un espacio para entender mejor los cambios del ecosistema digital actual y desarrollar habilidades acordes a los nuevos desafíos que nos plantea.
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