Hay una falacia que se reproduce frecuentemente cuando se habla de la remuneración del trabajo creativo. Es la idea de que el trabajo creativo produce valor por la contribución de individuos aislados –»los creadores»–, y que otros individuos –»los consumidores culturales»– acceden al mismo también de forma aislada, o como mucho en grupos familiares, siendo los responsables de pagar por ese valor en el mercado. Cada cual desde su cuenta de usuario premium, con su entrada para el espectáculo, con su abono a la TV por cable o adquiriendo personalmente bienes como libros, discos o películas. Internet resultó removedora para esta lógica de acceso de mercado. No obstante, a las formas comunitarias de acceso se las etiqueta como «piratería» y cada vez más cercos se levantan para el acceso a la información en la web pública y abierta. «De algo tienen que vivir los creadores», se dice, criticando la lógica del acceso abierto como «culpable» de quererlo todo sin pagar nada. Si bien ya hemos hablado muchas veces sobre modelos sustentables para la cultura en tiempos digitales, en este post revisamos algunas opciones innovadoras para conciliar el acceso abierto a la cultura y una retribución justa a quienes participan en la producción cultural.
Planteando correctamente el problema
Sostener el esquema de acceso exclusivo a través del mercado requiere interponer barreras artificiales para cerrar el acceso a quienes no han pagado. El acceso universal y las formas comunitarias de producción y consumo cultural no son compatibles con este esquema, porque habilitan el consumo tanto de quienes pagan como de quienes no lo hacen.
Esto sucede especialmente en Internet, que ha hecho populares estas formas de acceso, pero que funciona, como lo planteó Tiziana Terranova a fines de los años 90, en base al trabajo gratuito de sus usuarios y usuarias. Pero no hay que atar causalmente una cosa con la otra: no se trata de que el acceso gratuito es el causante del trabajo impago. El trabajo impago en la cultura contemporánea no es un fenómeno propio de Internet, sino una lógica económica del capitalismo tardío. Bajo esta lógica, una multitud de usuarios producen el conocimiento colectivamente como bien común, pero generando ganancias para un puñado de corporaciones, y distribuyendo beneficios mediante la lógica del capital de riesgo que elige y sobrerrecompensa a una mínima porción de casos exitosos.
En palabras de Terranova:
As a consequence, the sustainability of the Internet as a medium depends on massive amounts of labor (which is not equivalent to employment, as we said), only some of which is hypercompensated by the capricious logic of venture capitalism. Of the incredible amount of labor that sustains the Internet as a whole (from mailing list traffic to Web sites to infrastructural questions), we can guess that a substantial amount of it is still «free labor».Terranova, Tiziana (2000). Free Labor: Producing Culture for the Digital Economy.
Es hora de repensar entonces la cuestión en términos materiales, no desde esquemas economicistas basados en prejuicios y sin asidero en la realidad. Internet favorece la producción de bienes comunes culturales en modelos de acceso público o comunitario. Pero no es la responsable de la pobreza de creadores y creadoras. Esta es responsabilidad del sistema económico y además tiene claros beneficiarios: corporaciones que pueden capitalizar el trabajo prácticamente impago de todos los usuarios de Internet.
Nuevos enfoques y herramientas para recompensar la creación online
No es que no haya en la red personas dispuestas a pagar por el acceso a la cultura. Esto lo demuestran plataformas como Netflix o Spotify, que han simplificado los mecanismos de pago ajustando el modelo de negocios de las industrias creativas a las modalidades de consumo digital. Las suscripciones a planes que dan una llave de acceso a todo, o casi todo, es la clave del éxito de estas compañías, que no obligan a los usuarios a seleccionar en el menú antes de pagar, sino que les dan libertad para servirse lo que quieran en el buffet con un simple ticket mensual. Sin embargo, sigue siendo un sistema exclusivo para quienes pueden pagar, y está bajo el control exclusivo de quienes generan ganancias, lo que implica unos cuantos problemas que hemos planteado en otro post.
Necesitamos entonces explorar otros enfoques que nos permitan compatibilizar acceso y sostenibilidad de la cultura, en el marco de la Internet que queremos: libre, abierta y distribuida. ¿Qué posibilidades están hoy disponibles? A continuación analizamos algunas que van por ese camino, aunque tienen sus fortalezas y debilidades y ninguna sea, hoy por hoy, una respuesta perfecta.
Patreon
Patreon es una plataforma que permite a quienes crean contenidos recibir de sus fans o «patreons», un aporte regular mensual de su elección. Lo utilizan youtubers, podcasters, blogueros, dibujantes de comics y artistas musicales. Un ejemplo muy exitoso es el de Amanda Palmer. Los contenidos se distribuyen mayormente de manera pública y gratuita (por ejemplo, a través de un canal de YouTube), lo que permite generar una base de fans que eventualmente se transformarán en patreons.
Lo interesante para quienes crean contenidos es la obtención de una especie de mensualidad, para la cual establecen ciertas metas y ofrecen además algunas recompensas exclusivas para quienes aportan. Aunque más compatible con los contenidos abiertos, sigue siendo un enfoque basado en la exclusividad, ya que quienes aportan reciben un «extra» y quienes crean tienen que dedicar tiempo especialmente a producir ese extra.
Otro inconveniente es la dependencia con la empresa dueña de la plataforma, por lo que los usuarios permanecen sujetos a cambios de políticas, modificación de tasas y comisiones, y otras decisiones sobre las que no tienen ni voz ni voto, incluso la de su propia permanencia en la plataforma.
Flattr
Flattr es una plataforma de micropagos fundada en 2010 por Peter Sunde, y adquirida en 2016 por la empresa Eyeo (que entre otros productos desarrolla Adblock Plus). En octubre de 2017 fue rediseñada y relanzada con algunos cambios.
¿Cómo funciona Flattr? Con una suscripción mensual, que comienza en los U$S 3, se puede aportar a todos los creadores y creadoras de los que un usuario ha disfrutado en el mes, simplemente visitando su web o sus perfiles en redes sociales. Mediante una extensión para el navegador (que prometen que no invade la privacidad), la billetera virtual de Flattr distribuye equitativamente el aporte de manera automática (es posible excluir a aquellos sitios a los que no se desea aportar). Quienes crean contenido online únicamente necesitan darse de alta y agregar una etiqueta de Flattr al código de su web o conectar sus cuentas en las redes para recibir mensualmente los aportes de todos los usuarios de Flattr de los que han recibido una visita. Esta visita debe indicar cierto nivel de involucramiento o «engagement», por lo que también se implementa un algoritmo que toma en cuenta el tiempo de permamencia y otros factores.
Se trata de un enfoque «sin esfuerzo» que no requiere ni siquiera de un clic para recompensar el contenido al que se accede. El diferencial de Flattr es que el público no tiene la necesidad de seleccionar un proyecto en detrimento de otros. Quienes crean contenidos tampoco necesitan «convencer» a un grupo de fans de continuar o aumentar sus donaciones mediante contenidos exclusivos y pueden dedicar su tiempo a hacer más atractivo lo que ya hacen para todos los públicos. Tal vez una forma de entenderlo es pensar en un Netflix abierto y distribuido, que no necesita que nos identifiquemos y paguemos para destrabar el acceso y que recompensa a quienes tienen sus contenidos accesibles a todo el mundo, sin distinción entre contenidos generales y «premium».
Queda todavía poco clara, en nuestra opinión, la protección de la privacidad de los usuarios al navegar usando la extensión de Flattr, y la transparencia del algoritmo que determina el nivel de engagement con el contenido.
Creativechain
En algo en lo que se queda corto Flattr es en el reconocimiento y la compensación de la creación colaborativa. Es un hecho que la cultura está llena de obras derivadas y que Internet ha diseminado como nunca las prácticas de apropiación y remezcla. El licenciamiento abierto, que permite obras derivadas reconociendo de dónde provienen, ha sido un adelanto revolucionario. Creativechain permite otorgar automáticamente este reconocimiento, así como compartir ingresos, cuando los hay, con toda la cadena creativa.
Para ello implementan un sistema de registro electrónico de obras. Este registro, descentralizado a la vez que fiable, es posible gracias a la tecnología Blockchain. La información sobre autoría y licenciamiento es fijada de manera indeleble en el registro de la obra. De esta manera, no hacen falta entidades recaudadoras, como las tradicionales y poco transparentes sociedades de gestión colectiva, ya que si la obra es usada en las condiciones establecidas en el registro, la cadena de reconocimiento, y eventualmente de remuneración, es endosada por toda la comunidad de usuarios de Creativechain sin necesidad de una autoridad central que autorice usos o pagos.
Creativechain se diferencia por este enfoque de cadena creativa, permitiendo recompensar también el uso de obras en remixes y trabajos colaborativos, de manera que si una obra es derivada de otra, ambas quedan indeleblemente asociadas. Si la derivada genera ingresos, automáticamente esos ingresos se comparten con la original.
Los ingresos se reciben en una criptomoneda llamada CREA, recientemente lanzada, que podrá usarse en transacciones o convertirse a otras monedas. Una de las metas de este proyecto es crear una plataforma de contenidos multimedia, pero apunta a que en el futuro cercano se puedan crear todo tipo de servicios y plataformas independientes, en las que los usuarios podrían utilizar su billetera electrónica para enviar y recibir pagos con CREA.
Una posible objeción es que Creativechain no es una herramienta diseñada únicamente para la cultura libre, y en cambio admite la monetización a través de las restricciones del copyright. Sin embargo, ofrece flexibilidades que los sistemas tradicionales, como la gestión colectiva de derechos de autor, se niegan a introducir. Además, como parte de sus políticas, busca incentivar el licenciamiento libre y la transición hacia modelos de código abierto, y está diseñada para funcionar no solo con operaciones de compra y venta, sino también con donaciones y crowdfunding.
Conclusiones preliminares
Mientras que en Patreon el público paga para ayudar a sus creadoras y creadores favoritos y para obtener recompensas, en Flattr la idea no es elegir a algunos favoritos, sino aportar en cada uso de un contenido online abierto.
Creativechain, por su parte, se diferencia de los dos anteriores en ser un sistema de reconocimiento y recompensas distribuido que utiliza una criptomoneda. Mientras que los dos primeros casos centralizan las transacciones, cobran una tasa y se constituyen en la plataforma que las valida, Creativechain, al funcionar en base a Blockchain, no centraliza las operaciones, sino que estas son validadas por una red distribuida. Es una alternativa no solo a otras plataformas, sino al concepto mismo de intermediación.
Las preguntas que debemos tener presentes para analizar estas y otras alternativas son varias. ¿Debilitan a los actuales intermediarios dominantes en el sistema para fortalecer a otros, o contribuyen a una distribución más justa de los beneficios económicos entre la red de creadores y creadoras? ¿Ayudan a superar las asimetrías entre creación y consumo de cultura, facilitando a cualquier persona retribuir y ser retribuida por el trabajo creativo? Y sobre todo, ¿permiten mantener abiertos los contenidos? En síntesis: ¿pueden ser una herramienta para el fortalecimiento de los bienes comunes digitales?
Todavía no podemos concluir cuál de las alternativas será la gran solución a estas interrogantes, si es que existe tal solución. No obstante, apreciar sus diferencias, sus ventajas y desventajas, nos permite seguir pensando futuros deseables para el acceso abierto y la retribución de los esfuerzos creativos.
Deja una respuesta