¿Cómo definimos la libertad cuando hablamos de cultura libre? Hace un tiempo escribí que la cultura libre no es solamente una filosofía, y que se manifiesta en prácticas concretas por las cuales hacemos libres nuestras obras cuando compartimos nuestro trabajo. Esto se refleja no solo en la ética de “compartir es bueno”, sino que se expresa concretamente en el licenciamiento que usamos, en dónde compartimos y cómo, y en el apoyo a reformas progresivas del derecho de autor. Ahora me gustaría retomar la dimensión filosófica de la libertad en la cultura libre, con la intención de clarificar para qué hacemos cultura libre y por qué la defendemos.
Muchas veces, a lo largo de la militancia en este tema, he sentido que hablo de una cosa cuando hablo de cultura libre, mientras que los críticos hablan de otra. Especialmente, los críticos “por izquierda” acusan a quienes defendemos la cultura libre de liberales o asocian “cultura libre” con “mercado libre”. Por mucho tiempo me reí de estas burdas asociaciones, pero siento que hoy más que nunca, y especialmente en el concepto de cultura libre, la noción de libertad necesita ser reapropiada por los movimientos de derechos, para diferenciarnos claramente de los movimientos de derecha autodenominados “libertarios”.
En un artículo de su blog donde critica a los libertarios, Rolando Astarita habla de la diferencia entre libertad negativa y libertad positiva, en el sentido propuesto por Isaiah Berlin. La libertad negativa sería la posibilidad del individuo de actuar sin interferencias ni coerción, y tiene como límite la libertad de los demás y lo establecido por la ley. La libertad positiva es la capacidad real de ejercer autonomía y lograr la autorrealización, y esto depende no solamente de cada persona, sino de condicionantes sociales. Por eso Astarita entiende que la tradición marxista hace énfasis sobre todo en la libertad positiva.
El artículo de Astarita me sirve de inspiración para este post, porque la cultura libre puede entenderse desde cualquiera de estas dos nociones de libertad, y creo que es necesario clarificar dónde ponemos nuestros énfasis.
Si entendemos la cultura libre en términos de libertad negativa, nos quedamos únicamente con la idea de acceso sin interferencias a cualquier recurso cultural o de información que un individuo pueda requerir. Siempre y cuando ese acceso sea legal, para no afectar los derechos de propiedad de terceros. De ahí la importancia del licenciamiento (que es un contrato privado) y el énfasis en que cada individuo es libre de dar permisos de acceso y uso de su obra (su propiedad privada). Las licencias libres funcionan en base a la renuncia a una parte de los derechos de propiedad intelectual. Se trata de mi libertad, como propietaria, de renunciar a una parte de ellos. Mientras que el acceso libre es la libertad de acceder y usar toda la propiedad intelectual que otras personas han puesto a disposición de esa manera contractual, respetando los límites de la licencia que hayan elegido. Un sistema aparentemente equilibrado que reafirma la tesis de que propiedad, libertad y una mínima regulación estatal que las garantice, son suficientes.
Pero si nuestra comprensión termina ahí, nos estamos perdiendo de algo fundamental. El efecto práctico de este tipo particular de renuncia de cada individuo a parte de su propiedad intelectual, produce un aporte a los bienes comunes intelectuales. Estos bienes comunes, en su conjunto, constituyen un acervo de conocimiento que ya no es un asunto individual o contractual entre privados, sino que nos lleva a una dimensión social, de orden colectivo. Es a partir de aquí que la noción de libertad negativa se queda corta, mientras que la libertad positiva nos permite ampliar el horizonte y nos lleva a una noción de cultura libre que acompaña la protección y fortalecimiento de los comunes, junto a una ampliación de derechos sociales.
La cultura libre en términos de libertad positiva es la idea de que debe haber recursos culturales abundantes, accesibles y plurales, para que todas las personas y colectivos podamos participar libre y equitativamente de la vida cultural. La militancia por la cultura libre no es meramente la defensa de la propiedad y la libertad individual, sino la búsqueda activa de ampliación del derecho de acceso, uso y participación en la cultura para toda la sociedad. Esto incluye la democratización radical de la creatividad, el pensamiento crítico, el conocimiento práctico, el placer estético, el entretenimiento, la identidad y la herencia cultural.
Si persisten condiciones sociales que excluyen a mucha gente del goce real de los bienes culturales, aunque formalmente no haya un impedimento, entonces no podemos hablar de libertad. La falta de recursos económicos, de acceso a infraestructuras culturales, de conectividad significativa, de educación pública de calidad, de diversidad de propuestas culturales, o de obras a las que se pueda acceder, reutilizar y compartir, limitan la libertad positiva de las personas. Puede no haber censura ni control estatal autoritario sobre los contenidos que circulan, y puede, aún así, no haber libertad cultural.
Por eso, nuestra militancia por la cultura libre no es la mera afirmación de la soberanía individual para entregar y recibir recursos culturales, en un marco de propiedad intelectual garantizada por el Estado. Nuestra militancia es la de la ampliación del goce y participación en la cultura a nivel colectivo a través de la defensa de los bienes comunes culturales. Las licencias libres son, en este marco, una estrategia colectiva y no solo una opción individual, porque entendemos que, frente a un contexto de privatización creciente de la cultura, ayudan a construir, proteger y fortalecer los bienes comunes culturales para que lleguen a toda la comunidad. Queremos construir cultura libre para una sociedad libre. Pero una sociedad libre no es una sociedad de propietarios libres, sino una sociedad emancipada de las estructuras de poder económico y privilegio social que obturan este potencial colectivo.
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