A partir de la disponibilidad de herramientas como DALL-E, Stable Diffusion o Midjourney para la generación de imágenes, y ChatGPT, Bard, Open Assistant o los cientos de bots conversacionales basados en LLaMA, millones de personas comenzaron a experimentar con la creación de textos e imágenes asistida por IA generativa. Las motivaciones para usar las herramientas son muy variadas, desde generar ilustraciones y carteles amateurs para ilustrar posts (como este) hasta experimentar nuevas posibilidades en el arte digital, pasando por tomar ideas para la escritura creativa o explorar lúdicamente las respuestas paradójicas que se obtienen al preguntarle al software por sus sentimientos o intenciones.
También se instalaron debates debido a presuntos “riesgos existenciales” y a supuestas infracciones al derecho de autor. Estos debates, en parte, fueron alimentados por las propias empresas que desarrollan estas herramientas, cuya estrategia retórica ha sido inflar tanto las virtudes como los riesgos de los modelos que desarrollan, dos formas complementarias de exagerar su potencia. Menos visibles, casi siempre, quedan los sesgos, fallas y limitaciones importantes que todavía tienen estas herramientas lanzadas al mercado de forma muchas veces apresurada.
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